miércoles, 16 de marzo de 2011

DULCE CANELA




Todos los días iba Canela ha hacer su recorrido por las calles del pueblo, andaba alegre y a paso ligero meneando el rabo, con la cabeza alta y las orejas erguidas en una pose de dignidad canina que hacia gracia. La llamaban Canela por su pelo tostado, que solo tenía una alteración pálida casi blanca y en forma de gota entre los ojos.
Canela era una perrita callejera, sin hogar, no porque nadie se hubiera brindado a dárselo, que muchos de los vecinos intentaron recogerla en casa, pero el animal languidecía al verse privado de su libre albedrío y dejaba de comer, de dar saltitos, de menear el rabo y de emitir ese ladrido alegre, casi melodioso con el que anunciaba su llegada nada mas doblar la esquina de cada calle.
La habían construido una caseta en el descampado , para que soportase los rigores del invierno y evitase el calor excesivo de la canícula veraniega, porque a Canela la quería todo el mundo, bueno casi todo el mundo. Doña Juana, la vieja huraña de la casa de la palmera, que todos llamaban así a la casa por la enorme palmera que se soportaba de manera extravagante en mitad del viejo y destartalado huerto, no la quería.
Si bien los vecinos dejaban a su puerta las mejores tajadillas del pollo sobrante en el almuerzo o los sabrosos huesos de un buen asado para que Canela se diese su festín, doña Juana la recibía con un cubo de agua lanzado desde la ventana en cuanto la veía tumbada a la sombra de la palmera junto a la casa. Canela huía de su maldad con el chaparrón escurriéndola por las patas, pero al día siguiente volvía hasta el inhóspito lugar a recibir igual o parecido menosprecio, aquella insistencia en agradar a doña Juana a todos les parecía cosa extraña, que el animal no necesitaba de la vieja huraña para subsistir, pues ya se encargaban todos de que a Canela no la faltase su cacharro de agua limpia y sus buenas viandas que llevarse al hocico.
Doña Luisa la paciente vecina de Doña Juana que llevaba varias décadas soportando las manías y las quejas de la desagradable anciana la había reprendido varias veces.
-¿Que tanto la molesta el animal?. Si la pobrecita solo quiere tumbarse un rato al fresco. Para estar usted tan sola , es poco hospitalaria con el único ser que parece soportarla a usted.
-Me estropea los geranios y me troncha las tomateras- explicaba esta justificando su mal hacer con una mentira pues jamas Canelita dañó ninguna planta de la vieja.
.No se la ocurra hacerle daño alguno, si no quiere que entre, cierre usted la verjilla del patio pero deje al pobre animalito en paz.
Doña Juana cerraba la puertecilla desvencijada de madera que daba absceso al tétrico patio lleno de malas hierbas y mosquitos, pero Canela con una tozudez que nadie entendía se colaba cada tarde por el hueco donde faltaba un tablón y allí iba como un martir en busca de castigo.
Canela no tenía la pinta que otorga una raza definida, era de mediana alzada, de ojos redondos y oscuros, con el pelo liso y brillante que resplandecía al sol a pesar de no recibir mucho mas aseo que los golpes de agua que la malencarada señora la ofrecía como recibimiento desde la ventana. Canela tenia las orejas caídas a ambos lados de la cabeza y el rabo corto y tieso siempre danzarín en su constante alegría. Curiosamente ningún perro la había preñado cosa que también extrañaba a todos pues era confiada y tierna y se llevaba bien con cualquier semejante que nunca nadie la vio metida en peleas ni en gruñidos desafiantes con ningún otro perro, hasta el caniche de Don Sebastián se llevaba con ella a las mil maravillas a pesar de ser un cansino ladrarín y un chulillo de cuatro patas que siempre estaba dando gresca. Romero, el imponente mastín español de la casa de la calle corta también hacía buenas migas con Canela.
Una de esas tardes de verano en las que no se ve un alma por las calles, en las que solo los mosquitos gozan del aire, Canela entró por la doblada del descampado dispuesta como siempre a darse su buena comida, primero curioseaba a ver que la habían dejado de menú en cada puerta y luego elegía a su gusto primer plato, segundo y postre, Se llenó el estómago con las magras sobras de carne guisada de la casa de la doña Segis, la kiosquera del pueblo que vendía la prensa en mitad de la plaza, después refrescó el gaznate con el agua fresquita que don Julian la dejó bajo la parra y de postre se zampó tres palitos de pienso en barra que don Esteban el profesor dejó a su alcance, don Esteban era soltero y comía siempre en el mesón para no guisarse así que como no hacía apenas sobras la compraba unos suculentos premios en el supermercado especiales para perros.
Bajó calle abajo la dulce Canela con sus pasitos saltarines olisqueando el aire y distraida por el vuelo de una mariposa de alas blancas que parecía jugar con ella posándose aquí y allá haciéndola corretear de un lado a otro como en un juego infantil de "A ver si me cojes", pero fue llegar a la altura de la casa de doña Juana, la última edificación de la calle en su hilera izquierda y Canela perdió todo interés por su compañera de juegos absorta en la valla desvencijada, en atravesarla por el hueco sin dañarse con las astillas y en buscar sombra bajo la palmera desmesurada y añeja.
Hasta allí llegó sin perder de vista y oído cualquier cosa a su alrededor pues esperaba las voces de costumbre, el baño improvisado o a saber que mala maña de la gruñona mujer que tanto odio la dispensaba.
Al principio no escuchó nada, no parecía haber nadie en la casa y eso que la propietaria no se movía de sus viejos muros ni para hacer la compra que se la traían los tenderos a cambio de una roñosa propina, que mas se la aceptaban por educación que por otra cosa.
Canela lanzó un ladrido poco usual en ella, le siguió otro y otro mas, parecía querer hacer notar su presencia a toda costa, en pocos minutos se oyó un quejido agudo, una petición de auxilio, un grito de dolor, todos aquellos sonidos provenían del interior de la casa. Canela se paró junto a la puerta, enderezó con rigor sus orejas caídas y ladeó el pescuezo en un esfuerzo por empapar sus tímpanos de los ruidos que llegaban del otro lado.
Así permaneció unos momentos, intentando interpretar lo que escuchaba, con aptitud de alerta constante, con todos sus sentidos perrunos sobre aviso.
No tardó la perrita en atravesar por segunda vez el astillado portón que con la rapidez de su movimiento la valió un buen rasguño sobre el lomo y un aullido de lamento. Se lanzó a la calle desierta en aquella hora de siesta estival, corrió sobre sus patas hasta la casa de al lado y plantada en la puerta ladró de modo continuo solicitando atención, pero nadie parecía recibir el mensaje, desesperada corrió hasta la siguiente puerta, hasta la otra y nada, o bien no estaban en casa o no parecían apercibirse de aquel desasosiego que la pobre perrita evidenciaba una y otra vez.
Fue don Esteban, el profesor el que se asomó por la ventana y pudo ver como Canela gruñía desaforadamente y no dejaba de dar vueltas alrededor de cada puerta, el hombre bajó hasta la calle, el animal se dejó acariciar pacificamente por su mano, pero no tardó Canela en saltar sobre su chaqueta y mordisquear el tejido tirando de él.
¿Que te pasa hoy Canela?, ¿A que viene tanto escándalo?.
Canela subía corriendo la calle de un lado a otro, se paraba ante la puerta de doña Juana y volvía hasta el instándole a que la siguiese.
El profesor captó aquella especie de mensaje después de varias idas y venidas idénticas en comportamiento de la perra que parecía ansiosa por ser atendida.
Llegaron juntos hasta la puerta de doña Juana, lo que Canela no podía interpretar lo interpretó el profesor enseguida, nada mas escuchar la voz quejumbrosa de doña Juana.
-Auxilio, por favor, que alguien me ayude, me he caído y no puedo moverme, ay que dolor, por favor que alguien me ayude.
Don Esteban intentaba tranquilizarla al tiempo que telefoneaba desde su móvil a los servicios de asistencia oportunos, los vecinos de la calle no tardaron en acompañarle en cuanto escucharon la llegada de la ambulancia, de los bomberos y de la policía.
Un grupo de gente se arremolinaba alrededor de la puerta de doña Juana que finalmente pudo ser atendida por los servicios de urgencia después de que los bomberos lograsen acceder al domicilio por una de las ventanas.
Doña Juana se había caído y al parecer se había roto la cadera, la tumbaron en una camilla en mitad de numerosos gritos de dolor y acto seguido la introdujeron en la ambulancia.Don Esteban se prestó gustoso a acompañarla al hospital y a intentar sofocar su angustia y su miedo.
La ambulancia cerró su puerta trasera con ellos dentro y enfiló calle abajo camino de su destino .En el interior doña Juana preguntaba a su vecino, algo mas tranquila pues el fuerte calmante que la acababan de administrar corría ya por su interior poniendo algo de paz a su sufrimiento.
-Gracias don Esteban, ¿Como se ha enterado usted?. Dios le bendiga
-No, a mi no, de gracias a la perrilla, a Canela que no ha parado de buscar ayuda hasta que ha conseguido que yo entendiese y la siguiera hasta la puerta.
Doña Juana esbozó un gesto de angustia, de pesar, de mala conciencia.
-Baje usted de este coche ahora mismo, por dios, corra hasta mi casa y retire la comida con matarratas que está junto a las macetas de geranios, pobre animalito, le debo la vida.
Don Esteban a punto estuvo de hacerla caso, de olvidarse de aquella vieja cruel y despiadada. rezó en silencio por que la dulce Canela hubiese huido del lugar con aquel tremendo alboroto y continuó velando por la salud de aquella anciana que se había ganado su soledad a pulso.
Canela volvió a la casa cuando los curiosos se habían dispersado, montaría guardia para que nada ni nadie perturbase la vivienda, levantó el hocico he hizo lucir sus afilados colmillos como comprobando que los tenía ahí bien dispuestos para auyentar a quien osase acercarse mas de la cuenta a aquellos dominios.
Como no había de que preocuparse y los alrededores parecían volver a su normalidad, Canela se dio una ronda por el huerto y por los alrededores de la casa, al pasar por delante de los geranios percibió un penetrante olor, se acercó y olisqueó unas tajadas de pollo que no olian en nada a las que habitualmente la dejaban sus amigas de otras casas. No, no iba a comer, aún tenía la panza bien provista con el suculento almuerzo que se había despachado, pero... Por otro lado, como despreciar el agradecimiento de doña Juana que por primera vez se decidía a tener una atención con ella. Se dirigió de nuevo a pie de geranio, olisqueó de nuevo y tranquila, paciente, incluso dulcemente mordisqueó las porciones de pollo aunque no la gustaba demasiado el sabor. Acabada la degustación, se tumbó bajo la palmera satisfecha por haberse ganado otra amiga.

2 comentarios:

Tu Fans dijo...

Lindo relato que deja mucho que aprender.

Tu otra fan dijo...

¡Hay, que penita tan grande!