jueves, 10 de marzo de 2011

EL FARMACEUTICO LOCO



Hector levantó como cada mañana el cierre de la farmacia, no iba a ser su mejor día eso podía vaticinarlo porque había empezado la mañana con mal pie. Desde niño no soportaba que las cosas no se hiciesen siguiendo su lógica y había discutido con su madre sobre cambiar de compañía telefónica en el desayuno, la anciana no estaba por la labor de que la andasen con innovaciones a estas alturas y el no consiguió hacerla razonar sobre lo ventajoso del asunto.
Ahora se arrepentía de haberse traído consigo el inalámbrico en un arrebato de rabia, la buena mujer estaría buscándolo por toda la casa sin sospechar que lo llevaba su hijo en el bolsillo del abrigo y que hasta el medio día que no regresara a comer la había dejado incomunicada adrede.
Decidió no darle mas vueltas al asunto y no permitir a su atisbo de conciencia ni un pequeño remordimiento. Su madre chocheaba y no le parecía excesivo darla una pequeña lección a pesar de que la esclerosis la tuviera postrada en una silla de ruedas y en su situación un teléfono a mano era indispensable.
Hector llevaba cinco de sus cuarenta y cinco años trabajando en la farmacia, conocía a todo el barrio y se sentía apreciado por la mayoría de los clientes aunque a veces actuaran neciamente y no se dejasen guiar por sus consejos y su buen hacer. Su jefa le había reprendido en numerosas ocasiones por ese afán notorio de imponer su punto de vista, le decía a menudo.
-No digo que no lleves razón Hector pero tu debes de limitarte a una vez informado el cliente que te pide opinión dejarle elegir.
Le costaba trabajo aplicarse la recomendación, el solo miraba ser un buen profesional, cuidar al máximo la satisfacción del cliente, aportarle sus conocimientos que iban mucho mas allá de su carrera de farmacia. Hector era una mente brillante, aprobó siempre cada asignatura con las mejores notas y estudiaba por su cuenta quitándole a la noche horas de descanso. Si se hubiese presentado por libre a los exámenes en la facultad de medicina habría sacado el título sin dificultad y sin asistir asiduamente a clase.
Pero no aspiraba a ser médico, a el le gustaba su trabajo, y le gustaba adquirir conocimientos por su cuenta sin verse sometido a horarios ni controles ni nada por el estilo. Hector era un muchacho apuesto, había tenido varias novias pero ninguna de sus relaciones sentimentales cuajó, las mujeres de su vida no tenían la inteligencia, la paciencia y el sentido común necesario para hacer de aquellos noviazgos algo mas, no le querían lo suficiente, así lo entendía el que no daba crédito a que todas y cada una de ellas le hubiesen dejado alegando que era un tío muy raro o que estaba loco. ¡Loco el!, ¡Que palabra tan mal utilizada!.
Se hallaba colocando el pedido de medicamentos recién llegado del laboratorio cuando un ruido en la trastienda le sobresaltó haciendo que se cayeran de sus manos varias cajas de comprimidos, de haber sido frascos de jarabe se hubiera roto mas de uno.
Se asomó por la puerta interior hasta el portal de la finca que era de donde provenía el estrépito. Encontró a dos obreros que parecían cargar con una reja.
-¿Podrían ustedes ser un poco mas cuidadosos?, Por poco me matan del susto.
-Perdone caballero, se nos ha caído el forjado contra el suelo- dijo el que cargaba con una caja de herramientas y un soplete.
-¿Que van a hacer con eso?- Preguntó señalando la pieza de hierro de considerables dimensiones.
-La vamos a colocar sobre esa ventana, ya sabe cuestión de seguridad, parece ser que la señora , tiene miedo de que la entren ladrones, es lo que tienen los pisos bajos.
Hector se despidió de ellos y volvió a su tarea, ya casi tenia todo colocado cuando escuchó el pitido del teléfono. Su jefa le informaba de que se demoraría un rato con unos asuntos que tenía que atender en el gestor. Apenas acababa de colgar el auricular, el aparato sonó de nuevo, lo cogió con fastidio, mas, al comprobar que era Marisa su vecina que le ponía al tanto de que había visitado a su madre para llevarla un bizcocho y que la había notado angustiada por no encontrar el teléfono. La explicó haciendo uso de su capacidad de mentir que por error se había traído el terminal consigo y la pidió educadamente que estuviera por favor pendiente de su madre hasta que el regresase a comer. Cuando al fin consiguió deshacerse de la entrometida de Marisa y mientras su mal humor del día iba en aumento alguien llamó a la puerta del establecimiento, al acercarse al mostrador pudo distinguir la silueta de doña Virtudes, una viejecita del portal de al lado con numerosos achaques que semana si, semana también venía cargada de innumerables recetas.
La sonrió desde el interior mientras pulsaba el botón que abría automáticamente la puerta.
-¿Que tal doña Virtudes?. ¿Como estamos hoy?, preguntó haciendo gala de su amabilidad natural e intentando que su comezón interior no se hiciera evidente.
-Pues ya ves hijo, hoy mejor que ayer pero peor que mañana. anda, dame todos estos potingues que me ha mandado mi matasanos.
Hector recogió las recetas con una sonrisa y fue leyendo una a una , eran los medicamentos habituales de doña Virtudes, para la tensión, para el colesterol, para las arritmias, para la gastritis, un calmante, un antinflamatorio... La última receta indicaba la prescripción de un producto para las quemaduras, una pomada antibiótica.
Solo entonces reparó Hector en que Doña Virtudes llevaba una mano vendada.
-¿Que la ha ocurrido? -dijo abandonado el mostrador y saliendo a su encuentro al otro lado del mismo invitándola a sentarse en la silla que estaba junto al medidor de tensión arterial.
-El otro día, haciendo unas rodajas de merluza a la romana, se me soltó la tajada del tenedor al darla la vuelta y me saltó el aceite, parece que está infectado, me lo ha curado y me ha dicho que me dé eso dos veces al día y que me lo tape.
Hector meditó un momento releyendo la receta y negando suavemente con la cabeza en desacuerdo con la recomendación del médico.
-No, le voy a dar yo algo mucho mejor que ha salido nuevo, no lo cubre el seguro pero es mano de santo, se lo da usted una vez y la desinfecta y cicatriza al tiempo.
Doña Virtudes que ya conocía aquella manía del joven por enmendar la plana a los médicos resopló con un gesto rutinario.
-No Hector hijo, te lo agradezco pero tu dame lo que pone ahí, si no me va bien ya veremos pero sera mejor que haga caso al matasanos, que luego me pega la bronca por automedicarme.
Aquella negativa a sus razonamientos no le gusto lo mas mínimo.
- No sea cabezota doña Virtudes, la garantizo que es mucho mejor lo que yo la digo, los médicos es que ni se molestan en recetar nuevos productos, parece que llevasen comisión con los laboratorios.
Ya se encaminaba a la galería en busca del producto elegido por el arbitrariamente cuando escuchó la voz un tanto enfadada de la vieja.
-Que no leñe, que no quiero lo que tu dices por bueno que sea, dame lo que dice el médico y no te pongas pesado, si querías ser doctor haber estudiado para ello.Eres muy majo pero tienes una manía con estas cosas...
Aquella recriminación le llenó de ira, el sabía el doble que los medicuchos de ambulatorio, para ello dedicaba todo su tiempo libre en estudiar, leer, investigar... Notó como la rabia le cogía por entero, se sintió dolido por el poco valor que sus clientes daban a sus apreciaciones, el que solo quería lo mejor para todos, siempre, absolutamente siempre sin mas interés que el de mejorar las cosas.El martilleo de los obreros se hizo notar con un nuevo estrépito, los odió, no le dejaba pensar en como convencerla aquel maldito ruido. Estaba harto de ellos, de su jefa, de su madre, de sus ingratas novias y de doña Virtudes.
-Ahora se lo traigo. voy por ello, perdóneme doña Virtudes si la he molestado, aguarde un momento que voy por ello.
Se asomó de nuevo al portal accediendo por la puerta de la trastienda, iba a reñir por segunda vez a los malditos obreros pero no los encontró en la tarea, se habrían ausentado al bar o a por alguna herramienta. Iba a meterse dentro cuando algo le llamó la atención, el soplete con su pequeña bombona azul estaba en el suelo junto a su pie. Lo cogió sin dudar y mientras entraba de nuevo en la farmacia, abrió la espita y liberó una llama mitad azul mitad naranja, caminó despacio con cuidado de no dañarse ni dañar nada.
Encontró a doña Virtudes de pie, de espaldas a el, cotilleando unos productos del estante de dietética, sin pensarlo, sin dudarlo se agacho ligeramente y aplicó el chorro de fuego sobre la pantorrilla de la mujer que emitió un grito de dolor mientras se giraba hasta encararle.
-¿Que haces?, Dios mio que dolor, estas loco, estas loco, socorro, socorro que alguien me auxilie- gritaba la mujer desesperada, tambaleándose hasta caer tendida en el suelo.
Hector no se alteró lo mas mínimo, cerró la espita cuando pudo comprobar que la quemadura de la pierna era tan grande y profunda como necesitaba, se arrodilló junto a doña Virtudes y con voz suave y dulce la dijo.
-Doña Virtudes, va a ver usted que no lo digo por decir- exponía al tiempo que sacaba del bolsillo de su bata blanca un tubo de pomada que previamente había tomado de la estantería.
La mujer gritaba como una posesa, lloraba desconsolada y aterrorizada. Los obreros de regreso a su faena habían escuchado los gritos y mientras uno aporreaba la puerta trasera el otro se hacía notar sin éxito llamando por la puerta principal mientras tecleaba el número de la policía en su teléfono móvil.
-No haga caso Doña Virtudes, no se asuste, yo la cuido de estos salvajes ruidosos, ahora quietecita que la pongo este ungüento maravilloso y en un momentin va a ver usted quien tenía razón su médico o yo.
.Pero por dios Doña Virtudes, ¿Quien va cuidar de usted y de su salud mejor que el bueno de Hector, su farmacéutico de toda confianza? ¡Ay, que loco está el mundo Doña Virtudes!, menos mal que aún quedamos personas con juicio y sentido común. Personas en quien confiar.

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