domingo, 10 de enero de 2010

En el ascensor

No todo va a ser seriedad y trascendencia, ahora un monologuito para echar unas risas. Espero que os guste.

Cuando decidí comprarme una casa tenía dos cosas claras: que iba a ser una buhardilla (no puedo pagarme otra cosa) y que la casa tuviese ascensor. Esto último es lo más razonable si uno se va a vivir a una buhardilla porque como su propio nombre indica… Bueno no sé si lo indica el nombre porque a mí me suena más bien a puticlub de búhos y ardillas. Pero vamos a lo que iba, que me pierdo, pues que las buhardillas están en el último piso, así que lo del ascensor, imprescindible.
Con estos puntos claros y con muchos puntos negros en la cara (cutis mixto), me hice con mi casa o mejor dicho mi guarida de 30 metros cuadrados y, por supuesto, ascensor. No sabía yo que el elevador de humanos y demás iba a ser mi cruz, mi motivo de conflicto, mi pesadilla...
Empezó la cosa mal, el segundo o tercer día de vecindad regresaba yo del bingo con los dedos grafiteaos de azul, que no se yo que ponen en esos rotuladores que te devoran la piel a manchones. Bueno pues entro en el ascensor y alguno de mis vecinitos mozalbetes lo había decorado al más puro gusto adolescente. Símbolos en anarquía, firmitas, corazoncitos con flechas; en fin, lo típico. Parecía aquello los lavabos del Burguer King. Salgo yo en el quinto, me choco con el presidente de la comunidad que estaba esperando el ascensor, me ve salir y me saluda en plan Juan Cuesta con aquello de Bienvenido a esta nuestra comunidad y al chocar las manos... Se queda mirando mi piel añil, se queda mirando el ascensor grafiteao y... desde entonces ni me habla.
La segunda llegó con una situación que seguro no les es desconocida, entro en el ascensor, se cierran las puertas y no tarda en llegar a mi pituitaria el tufillo de flatulencias vecinales. Soporto conteniendo la respiración y rezando porque no me sorprenda nadie en la salida y... La vecina borde del tercero que es como un montañero canadiense, o sea l.80 x 1.80, abre la puerta, la cedo el paso, intento decir algo, no me sale la voz, intento huir sin más y me suelta:
- "Hay personas a las que las debería sellar cada orificio con silicona la seguridad social".
Iba a contestarle: mire usted que yo no...
- He dicho cada orificio, incluida la boca ¡guarro!
Esta tampoco me mira bien desde ese día.
La tercera y más grave me llegó como al mes de vivir allí. Entro con la viejecita del segundo, el único ser amable del edificio, una octogenaria arrugadita como una pasa y siempre sonriendo y diciéndote a todo que sí claro (que esto a lo mejor no es porque la parezca bien cualquier cosa que diga uno, es que tiene parkinson). Bueno, al tema, pulso el botón de su piso nos elevamos un poquito y de repente ¡zas! Parón en seco. La viejecita se agarra a mi brazo con tal tensión que me lo estruja y le digo:
- No se preocupe, doña Remedios, que esto es un segundo...
El segundo se convirtió en hora y media ella hiperventilando desde el primer cuarto de hora y yo sin saber cómo entretenerla. Palidecía por momentos la pobre y me dice:
- Estoy enferma del corazón, llevo un marcapasos y soy claustrofóbica no pue...
Y se me desmaya, le toco el pecho a ver si respira ¡ay no! que no es un seno es la paga de la pensión que la lleva oculta en el sostén, pero... ¿donde tiene esta mujer los pechos? Bueno el corazón lo tendrá por ahí digo yo. Cuando no la siento ni respirar ni el pulso me empiezo a asustar de verdad, nadie escucha mi petición de auxilio y aunque lo escuchen, como me tienen manía...
Me pienso si hacerle el boca a boca para que respire, la verdad es que se me encoje el estomago al pensarlo y me debato sobre el boca a boca o dejarla morir... Si total es muy mayor, algún día tenía que pasarle, pues mira mejor aquí que sola devorada por el perro. Pero me da por pensar en cuanto tarda un cadaver en pasar de cadaver a "Tenga su entrada gratis para ver gusanizoo" y esto me hace decidirme y le hago el boca a boca intentando pensar que es Pamela Anderson pero claro, ya me decían los profesores de niño que era muy insulso que no tenia imaginación...
La reanimo al fin, justo un minuto antes de que nos saquen y me reanimen a mí, que caigo desplomado en el descansillo...
La última ha sido vérmelas allí con el vecino gay del cuarto que me tiene echado el ojo el tío desde que llegué. Subimos, yo claro espalda a la pared que no entra ni el aire entre la pared y yo... El que sonríe, que empieza a hablar de lo bonito que está el día, que me despista con la cháchara, que deja caer las cartas que lleva en la mano; y yo, amable como el que más, me agacho a recogérselas y de pronto noto en mi retaguardia algo sólido, duro y compacto que me hace desear lo que quiso mi vecina montañero, o sea, que me sellen los orificios con silicona...
Lo que no me ocurre nunca es quedarme entre esas cuatro paredes con la maciza del primero... Estoy por ponerle la zancadilla, a ver si se rompe una pierna y deja de subir por las escaleras de una vez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy cachondo, mucho mejor que las citas tristes y meditabundas. Me pasaré de vez en cuando a leerte.

Anónimo dijo...

Es bueno Avispa, me gusta el Blog.